26 febrero, 2011

LAS ISLAS

Caminaban absortos,ensimismados,ajenos a los otros, por las calles de aquella ciudad de bonitos edificios y grandes avenidas. Yo había llegado hacía poco y mis ojos, mi olfato,mis oídos, los sentidos todos, no había entrado en ese letargo que nos lleva a no fijarnos en la realidad por creer que la conocemos, que la sabemos de memoria como si fuera algo estático y pétreo. Me recreaba levantando la cabeza, admirando la arquitectura y a sus gentes aunque, en este caso, procuraba disimular para no resultar impertinente. En los semáforos me aproximaba a las mujeres y cerrando los ojos intentaba concentrarme en sus perfumes,luego las miraba para ver si eran como las había imaginado. La realidad vista con tanta atención me fascinaba y mantenía en un continuo enamoramiento. Un día salí a la calle y, al cabo de un rato, me dí cuenta de que había dejado de mirar, de que yo también caminaba aislado, prisionero de mi mismo. Entonces,regresé al hotel, hice la maleta,miré por última vez desde la ventana y me despedí de las estatuas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario