27 marzo, 2011

Giacometti


Es, junto con Henry Moore y Picasso, uno de los tres escultores del Siglo XX que más me interesan y emocionan. En mi recorrido a través de la escultura y de todos los artes primitivos he ido descubriendo que G. ya había estado allí, ya había pasado. Me sucedió cuando descubrí las máscaras mosquito de la Polinesia, con las esculturas cicládicas, con el arte negro, con la estatuaria etrusca, con la arqueologías arquitectónicas de Iberoamérica, con las cartografías de navegación de la polinesia y así con un larguísimo etc. Pero hoy traigo esta imagen del hombre que camina, que tanta relación tiene con las estatuas-sombra del arte etrusco, porque creo que es casi un autorretrato del mismo Giacometti y de su posición en la vida y en el arte. Sí, G. es un hombre que ha paseado por todos los artes primitivos, o primeros- como parece ser mas correcto según los últimos debates sobre la materia- en esa búsqueda de la autenticidad, de los orígenes que caracteriza a toda la modernidad. Giacometti lo ha visto todo, de todo, o casi, se ha impregnado dándonos su particular visión. Conocer y gustar de su trabajo puede ser de gran utilidad para entender esos artes esenciales y viceversa puesto que, una vez en este viaje, las paradas son continuas y los viajes, en una dirección y su contraria bastante frecuentes. Pero claro, lo que importa no es ir a los sitios sino regresar a ellos. Es en esos retornos donde descubrimos los matices, los aromas que en una primera impresión, subyugados, por lo más llamativo, no habíamos apreciado. Por eso conviene transitar por el arte moderno y antiguo de la mano de ese hombre que camina, de Alberto Giacometti y aprender con él la esencia de tantas cosas.

DESENCUENTROS

El despertador sonó, sonó un buen rato hasta que una mano de naúfrago surgió de entre las sábanas y lo paró. Eran las seis y cuarto. Fuera todavía estaba oscuro y parecía hacer frío. Luca se levantó procurando no despertar a su mujer, se duchó y vistió lentamente comenzando por los pantalones, como siempre había hecho. Preparó su desayuno y, cuando lo hubo tomado, salió de su apartamento. Desde hacia veinte años ésa era una de sus rutinas. Al llegar a la calle notó el frío en su rostro, una sensación muy agradable. Se dirigió a la parada del bus mientras meditaba en sus cosas. En la empresa la situación era bastante mala, unos cuantos compañeros habían sido víctimas de eso que llamaban, para suavizar las cosas, un ERE y que en realidad, según decía él, debería de llamarse un APC o lo que es lo mismo, a la puta calle. Luca, como responsable, debía decidir quienes se quedaban y quienes no. Su trabajo, tan desagradable en los últimos años, le había llevado a plantearse si merecía la pena llevar ese tipo de vida. Luca estaba en crisis, una crisis existencial profunda. Esas cosas meditaba cuando llegó a la parada del bus y se situó en la cola. Sonó el despertador. Al cabo de un rato una mano de naúfraga surgió de entre el océano de sábanas. Se hizo el silencio. María se levantó despacio procurando no despertar a su marido que dormía plácidamente. Después de pegarse una ducha regresó a la habitación. Estaba desnuda, su cuerpo era muy bello, había ganado con los años como ganan los vinos que imitan a los cuerpos. María se vistió y se dirigió a la cocina, preparó su desayuno y el de su compañero, regresó a la habitación, le dió un maquinal beso y salió a la calle. Desde hacia diez años esa era su rutina. Se dirigió a la parada del bus y se colocó en la fila. El bus tardaba en llegar, había huelga y los servicios mínimos no se cumplían del todo. Una multitud esperaba. La pasividad del principio había dejado paso a una ira contenida que comenzaba a ser insuficiente. Luca se giró para ver cuánta gente había tras él y se encontró con ella, que hizo un gesto llamativo, como de decir "esto es lo que hay" o "así son las cosas". Sus miradas se cruzaron por unos instantes y fue como si el mundo se hubiera detenido. Luca, algo turbado, recuperó su posición y abandonó sus reflexiones. Aquella mirada le había llamado la atención, esa mujer era realmente muy atractiva y-" si le dijera de ir a tomar un café"-, tal vez era lo mejor que se podían hacer en esas circunstancias pero, ella podía rechazar la invitación, lo que le situaría a él en una posición desagradable y crearía un equívoco lejano a la realidad, al fin sólo pretendía charlar un rato. De todas formas el no ya lo tenía y estaba seguro de que en ese gesto , aparentemente anodino, se encontraba alguien digno de ser conocido. María, cuando Luca le dió la espalda pensó que era un hombre interesante y que tenía una mirada triste, como llena de huequitos, le hubiera gustado que la invitará a tomar un café, hablar con él, salir del gris cotidiano. Total el bus no llegaba y allí hacia demasiado frío. Luca volvió a girar la cara buscando el rostro de ella y ella le miró y se sumergió en sus ojos... El bus no llegaba.

12 marzo, 2011

Cézanne

El primer Cézanne que vi en mi vida fue el cuadro que he elegido para encabezar este escrito. En aquel entonces estaban los cuadros de una serie de pintores agrupados, en esa inexactitud a la que llamamos Impresionismo, en el Jeu de Pomme. Al subir las escaleras, justo enfrente, la mujer del pintor me esperaba con su cafetera azul. Ralenticé el paso, quería que esos instantes durasen mucho tiempo, que fueran casi eternos.
Cézanne firmó muy pocos cuadros en su vida por la sencilla razón de que para él están inacabados, no podía ser de otra manera pues su método, la forma de abordar la realidad, no lo admite. A Cézanne no le preocupa, o no parece hacerlo, el hecho de finalizar una pintura y, lo más que llega, en una carta dirigida a E. Bernard es a hablar de una "pequeña sensación".
Cuando C. dejó París para refugiarse en su ciudad, Aix-en-Provence, en la propiedad familiar de Jas de Bouffan inicia un camino hacia la soledad que ya había emprendido tiempo antes. En París quedan sus visitas al Louvre, sus pocos amigos su mujer y su hijo.
Cézanne no es un pintor impresionista, casi ninguno de sus trabajos lo es, porque él quiere sacar a los clásicos al aire libre y respetar la estructura, el esqueleto de las cosas. Pero, claro, también conoce las nuevas teorías de la división de la luz y sabe, como sus compañeros de generación, que en las sombras también hay color y que los colores se relacionan entre sí, dialogan buscando la armonía.
Cézanne ve un color y lo busca en la paleta, una vez que lo ha encontrado, lo coloca en la inmensidad del plano. Busca otro en un lugar del paisaje, un color relacionado con el primero y lo coloca en su lugar. Hace lo mismo con un tercero y luego lo compara con el primero, le parece que la elección no es ajustada, rectifica. Una vez, y otra, y otra....La tela se va llenando de una curiosa estructura de acciones y rectificaciones que le dan un aire extraño. Pequeñas sensaciones y pequeñas sensaciones...Pero la realidad se escapa porque sólo es aprehensible si hacemos trampa, si la metemos en una red, si en cierta manera nos la inventamos con la necesidad de acabar algo. Cézanne trabaja con modestia, como un aprendiz que no tuviera prisa y esa es, en mi opinión, su gran lección, su gran descubrimiento. El camino, el recorrido eso es lo importante. El resultado, al fin, es un punto final, la muerte de un acto.
Hubo un momento en el que, en los ambientes parisinos, Cézanne había sido olvidado. Se pensaba que había muerto, que se había ido, que había dejado de pintar. Cuando los jóvenes artistas lo recuperan y lo llevan a París para, engañado, rendirle un homenaje, cuentan que al darse cuenta del engaño, sintiéndose abrumado, C. desaparece, se escapa. Los honores le han llegado demasiado tarde, cuando ya no le interesan, cuando lo único que quiere y pretende es seguir pintando,su Mont Sainte Victoire en los alrededores de Aix y buscando esa pequeña sensación que nunca encontró del todo.

UN HOMBRE EN PARÍS

Antes de encontrarse con París había estado allí cuatro veces. Visitamos las ciudades pero formar parte de ellas sólo se produce algunas veces, cuando esto sucede, ya nadie, nunca, podrá separarnos.
Aquel día Antonio estaba melancólico y paseaba por los márgenes del Sena, atravesando el Pont des Arts se paró en medio, miro al río y hacia L´Ille de la Cité, después al cielo. París llevaba un vestido gris, de un gris tirando a rosa, chispeaba y ese maquillaje la hacía más hermosa todavía. París estaba como casi siempre está en invierno, como tantas veces la había visto, incluso desde ese lugar pero... fue entonces cuando se le metió dentro y, esa sensación, siempre le iba a acompañar aunque estuviera lejos, muy lejos.
Antonio vivió en París algunos años, allí pasaron muchas cosas, tantas, que fueron estrechando lazos, abriendo puertas en su alma, ocupando sitios y lugares de los que él ignoraba su existencia. Adoraba pasear aquellas calles, visitar el cementerio de Pere Lachese, el Jardín de Luxembourg, sentarse en los cafés... Nunca le gustó París en el verano, no le iba bien el sol, estaba fea, como si no fuera ella, como si fuera otra. Se sentía un extraño vampiro al que el exceso de sol le hacía daño.
Cuando llegaba el frío y lo ocupaba todo, compraba castañas asadas, las metía en los bolsillos para calentar sus manos, hechas para las caricias. Le gustaba acariciar , cerrar los ojos y como un ciego tocar la vida, inventarla como un ciego.
Ha pasado mucho tiempo. Ahora el hombre que pasea es un anciano buscando un reencuentro y una despedida,tal vez las dos vayan unidas, abrazadas. Ya nadie busca en sus manos sarmentosas el calor de una caricia, ya no necesita las castañas, aunque no ha perdido el recuerdo, la memoria de tocar, el placer de hacerlo. A medida que avanza en su paseo regresan, los fantasmas del pasado. Antonio sigue, se para en uno de los bouquinistes, busca algo. De pronto se detiene, lo ha encontrado. Antonio paga y acaricia un libro, son los poemas de amor de Benedetti,una vieja edición en la que otros ojos se habrán posado, con la que habrán aprendido a amar amando, a la que habrán acudido en momentos de dolor y desengaño. Antonio mete ese libro en el bolsillo y, mientras se dirige al Pont des Arts, buscando el lugar en el que tantas veces contempló su ciudad amada, lo acaricia con las yemas de sus dedos, cerrando los ojos como si estuviera ciego...Llega al centro del puente, mira la ciudad inalterable, al cielo. París viste de gris tirando a rosa, ese color que tan bien le ha sentado siempre, chispea. Antonio acaricia el libro entre sus dedos y se sumerge en la inmensidad del Sena.

06 marzo, 2011

GRAU SANTOS

Grau Santos es, oficialmente mi primo y mi cuñado, y lo que , a continuación escribo me ha dicho que no piensa leerlo, mejor, así podré expresarme con más libertad , si cabe.
Los artistas somos, como los deportistas, personas descompensadas. Unos entrenan el músculo y se obsesionan con ello, otros entrenamos la imaginación y la sensibilidad hasta llegar a la hipertrofia. Naturalmente que no todos somos iguales, que hay verdaderos animales entre nosotros, Caravaggio por ejemplo, pero, estoy seguro que, incluso él era un ser delicado que recurrió a la careta para protegerse. La careta, las caretas, extraña coincidencia de todos los hombres y culturas. O quizá no tanto.
Grau Santos ha sido mi maestro a la manera de los artistas hasta el siglo XVIII, el me ha enseñado, pintando junto a mí, casi todo lo que sé de la vida y la pintura, y algunas cosas que no sé, sospecho. Viéndole pintar aprendí lo que era la pintura, el hombre ante el paisaje intentando comprender al Creador y sus , siempre perfectas, reglas de armonía. Nuestro pequeño, insignificante sentido frente a la inmensidad. Conocí a Chardin, a Vang Gogh , a Soutine, a Bonnard, a Vruillard, los dibujos de Seurat y las plumas de Rembrandt....y tantas cosas más que fueron llenándome y haciéndome un alma de cristal. Soy su alumno, no el mejor, pero soy eso.
Quiero a Julián, amo su pintura y al hombre, me parece el artista más sensible de cuantos he conocido en vida, el mejor dotado y soy, en este comentario, implacable y objetivo. Le he visto pintar tanto, hemos hablado tanto de pintura...
Hace treinta y tantos años Julián compró una casa en Majadahonda y allí construyó una pequeña y bonita nave que le sirve de taller. Sin pretenderlo, se iban a terminar sus viajes de pintor en la geografía. Aquel taller, ese jardín, con el pasar de los otoños, se han convertido en su Giverny.
En su taller he asistido a un extraño suceso que, al principio, me pasó inadvertido. Primero fueron las mesas antiguas, usadas por otras gentes que en ellas dejaron los recuerdos de sus manos, el discurrir de sus vidas y, las mesas se llenaron de flores vivas, de jarrones y de frutas, de tomates, de granadas...de flores muertas. Luego llegaron las láminas de los viejos maestros admirados, marionetas y telas hindúes, recuerdos de más viajes, más frutas, más flores... Así empezó a aparecer ante mis ojos una capa de estratos, un libro en el que yo podía, conocedor de la clave, leer los años transcurridos. Pues bien, los cuadros de Grau Santos, sus maravillosas naturalezas muertas, son las páginas de ese libro, del discurrir del tiempo, del lento paso de los años, de los estratos que están ante los ojos, de los que nosotros también somos. Y todo lo cubre el polvo, el polvo que todo lo matiza, el polvo necesario para leer la vida.
EPITAFIO
El día que yo me muera,
después de donar mis órganos,
enterrarme en el suelo,
desnudo en sábana vieja.
Plantad, después, un almendro
para que, cuando florezca,
alegre la muerte a los muertos.
Quisiera servir de alimento
a los niños y a los pájaros.

DON ANSELMO ROBA UN ALMA

Después de tantos años de casado, de ser un señor normal y respetado, un trabajador ejemplar en la oficina, D. Anselmo se ha enamorado de su secretaria. Está deseperado, le sobrepasa la angustia y lucha, a muerte con o contra, no lo sabe, sus principios. La razón le dice una cosa y el ¿corazón?, el corazón va por libre. Cuando coincide con ella en el ascensor no sabe articular palabra, la mira de reojo...es tan bella. Le gusta su sonrisa, la manera de cruzar sus piernas, como coge el bolígrafo y como le dice, cuando ya está preparada- ¿Diga D.Anselmo?-, le encanta escuchar su nombre en los labios de ella. A veces la llama para nada, bueno para nada no, para verle la cara en la puerta entreabierta y oír decir su nombre.
Don Anselmo está triste, muchas cosas les separan. Se está volviendo loco y, tal vez por eso, ha encontrado la solución: ROBAR UN ALMA.
Podrá parecer así, visto desde fuera, una idea descabellada, una locura pero...pero a él, loco de amor, le parece la más acertada. Ha llegado a la conclusión de que el alma no se va del cuerpo hasta que los familiares no se han despedido y que, en el velorio, de alguna manera, sigue vivo el muerto. Sólo cuando le dan tierra o, como hacen ahora, lo queman, dice el alma- "Ahí te quedas".
Afortunadamente ha muerto D. Pedro, el carnicero de la esquina, ese que siempre, cuando le preguntaba si era buena la carne, la mejor le daba, a él y a todos los que le preguntaban.
Al salir de la oficina, con su cartera de cuero, D. Anselmo se dirige, con aviesas intenciones a dar el pésame, lo tiene todo preparado. "Lo siento doña Matilde ha sido una pérdida irreparable, estoy muy afectado. Déjeme mirar al finado, despedirme" "Está en el cuarto de al lado y que guapo lo han dejado, si parece estar dormido, como si durmiera la siesta después de ver el partido, así mismo". Don Anselmo se dirige, está sólo con el gordo carnicero y su pequeño bigote, siente un poco de repugnancia pero no queda otro remedio, hay que hacerlo. Nadie le ve, no hay nadie, se acerca, le abre la rígida y fría boca, aparecen los dientes amarillos del tabaco, un ligero olor a nicotina rancia le llega a la nariz, cierra los ojos para vencer el asco, y absorbe con todas sus fuerzas, absorbe hasta sentir como algo, el alma, entra en su interior. Se incorpora mientras el muerto se va volviendo azul y verde. El olor se hace insoportable. D. Anselmo, ya en la calle, respira profundamente, regresando por el parque. Cuando llegue la noche su otra alma, la robada, se quedará guardando su cuerpo mientras la suya se marcha a velar otros sueños, los de su secretaria.

05 marzo, 2011

COSAS

Esta mañana me he levantado muy temprano y, al despuntar el alba, he salido a caminar. El camino estaba cubierto de nieve y era mi pie el primero que lo profanaba. He disfrutado mucho en soledad, en silencio, viendo la hermosura del paisaje y buscando la belleza en todas partes. Antes de salir he buscado en Google la sala de subastas Retiro donde, según me dice mi hermana sale un cuadro de mi mano. El nombre que figura no es exactamente el mío, es un tal Antonio Santos Grau. Al salir de casa tenía la firme resolución de llamarles y solicitarles la ¿debida? corrección. Ya en el camino, pensándolo bien, he dicidido dejar al inconsciente intruso. No me acuerdo de cuando pinté ese cuadro, ni aquel instante, ni si amaba o era amado, si estaba sólo... Decididamente no soy yo, fue ,en aquel entonces ,otro. Sr. Antonio Santos Grau, el cuadro es suyo y no está mal pintado.