06 marzo, 2011

DON ANSELMO ROBA UN ALMA

Después de tantos años de casado, de ser un señor normal y respetado, un trabajador ejemplar en la oficina, D. Anselmo se ha enamorado de su secretaria. Está deseperado, le sobrepasa la angustia y lucha, a muerte con o contra, no lo sabe, sus principios. La razón le dice una cosa y el ¿corazón?, el corazón va por libre. Cuando coincide con ella en el ascensor no sabe articular palabra, la mira de reojo...es tan bella. Le gusta su sonrisa, la manera de cruzar sus piernas, como coge el bolígrafo y como le dice, cuando ya está preparada- ¿Diga D.Anselmo?-, le encanta escuchar su nombre en los labios de ella. A veces la llama para nada, bueno para nada no, para verle la cara en la puerta entreabierta y oír decir su nombre.
Don Anselmo está triste, muchas cosas les separan. Se está volviendo loco y, tal vez por eso, ha encontrado la solución: ROBAR UN ALMA.
Podrá parecer así, visto desde fuera, una idea descabellada, una locura pero...pero a él, loco de amor, le parece la más acertada. Ha llegado a la conclusión de que el alma no se va del cuerpo hasta que los familiares no se han despedido y que, en el velorio, de alguna manera, sigue vivo el muerto. Sólo cuando le dan tierra o, como hacen ahora, lo queman, dice el alma- "Ahí te quedas".
Afortunadamente ha muerto D. Pedro, el carnicero de la esquina, ese que siempre, cuando le preguntaba si era buena la carne, la mejor le daba, a él y a todos los que le preguntaban.
Al salir de la oficina, con su cartera de cuero, D. Anselmo se dirige, con aviesas intenciones a dar el pésame, lo tiene todo preparado. "Lo siento doña Matilde ha sido una pérdida irreparable, estoy muy afectado. Déjeme mirar al finado, despedirme" "Está en el cuarto de al lado y que guapo lo han dejado, si parece estar dormido, como si durmiera la siesta después de ver el partido, así mismo". Don Anselmo se dirige, está sólo con el gordo carnicero y su pequeño bigote, siente un poco de repugnancia pero no queda otro remedio, hay que hacerlo. Nadie le ve, no hay nadie, se acerca, le abre la rígida y fría boca, aparecen los dientes amarillos del tabaco, un ligero olor a nicotina rancia le llega a la nariz, cierra los ojos para vencer el asco, y absorbe con todas sus fuerzas, absorbe hasta sentir como algo, el alma, entra en su interior. Se incorpora mientras el muerto se va volviendo azul y verde. El olor se hace insoportable. D. Anselmo, ya en la calle, respira profundamente, regresando por el parque. Cuando llegue la noche su otra alma, la robada, se quedará guardando su cuerpo mientras la suya se marcha a velar otros sueños, los de su secretaria.

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