25 abril, 2011

DANIEL ONESIMO

Nació deforme, con una pierna más corta que la otra y una joroba que, desde el principio, fue el origen de dolores de espalda bastante agudos. Sus años de infancia no le plantearon serios problemas, aunque no podía jugar al futbol con sus compañeros se integraba facilmente en todas aquellas actividades en las que, su minusvalía, no era un inconveniente. Al llegar a la adolescencia, cuando se formaron las primeras parejas entre sus compañeros de clase, comenzó a sentir la crueldad de su mal, las chicas no se fijaban en él. Esta situación le produjo un profundo dolor que fue agriando su carácter y le llevó a ser excesivamente mordaz. Su deformidad le parecía una injusticia divina. Dejó de creer en Dios y en los hombres. Empezó a odiar, sobre todo a aquellos que eran más afortunados. Porque él, inteligente y sensible como era, sufría ese rechazo, esa indiferencia, mientras otros, más estúpidos, tenían un éxito, a sus ojos, inmerecido. Cayó en la misoginia.
Así estaban las cosas cuando conoció a Luis, que era todo lo contrario. Fue una amistad breve pero le hizo reflexionar. Luis, pese a su grave enfermedad, tenía una mirada extrañamente positiva sobre el mundo, siempre decía que el verdadero éxito consistía en aceptar el fracaso, desengáñate Daniel, al final todos fracasamos de una forma u otra. Estaba contento de que el destino le hubiera señalado a él y no a sus seres queridos con el mal que le aquejaba.
Fructificaron esas conversaciones y Daniel empezó a cambiar su mirada. Sus ojos oscuros y opacos se volvieron más claros y su expresión más limpia. Incluso algunos días , a ratos , olvidaba su diferencia. En esas ocasiones , era capaz de conversar de una manera natural, sin tensiones , sin hacer discursos negativos. Fue así como comprobó que la gente dejaba de huirle, incluso algunos buscaban su amistad. Poco a poco fue recuperando cierta esperanza. Tal vez el pudiera aspirar al amor, a cierta manera de amar. No obstante, el temor al fracaso le hizo ser excesivamente cauto . Cuando conoció a María, tan tímida, frágil y sensible se enamoró de ella pero jamás se lo dijo y, fue tal su disimulo, que ella nunca se percató de nada. Buscó con insistencia su amistad y en ella se fue transformando en un ser cada vez más delicado, bondadoso y detallista. El camino iniciado con Luis se completó con esta nueva amistad. Daniel llegó a ser el mejor amigo, el confidente, el paño de lágrimas y el que más la hizo reír.
Un compañero del alma.
Pasaron los años, los novios, un breve marido. Con idas y venidas, con períodos de más estrechez y de mayor distancia, María siempre regresaba, herida, golpeada por el dolor de causado por aquellos que no supieron acariciarla. Daniel siempre estaba ahí ,disponible en la penumbra, dispuesto a escucharla, a ser su paño de lágrimas. Cuando le llamaba, en los ojos de Daniel se encendían las estrellas y su rostro se iluminaba con una bella sonrisa. Daniel salía de su letargo y corría a su encuentro, disimulando la prisa.
Así fue siempre, creo, porque me fui de aquella ciudad y nunca volví a verles pero, a veces pienso en ellos y me pregunto qué pasaría. Hacían una bonita pareja.

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