30 octubre, 2011

INCLUSIONES


La idea de incluir objetos en algunos de mis trabajos surgió en un paseo campestre. Uno suele encontrarse muchos objetos a los que normalmente no damos ningún valor; una lata vieja y oxidada, un trozo de madera abandonado por los xilófagos, un canto rodado modelado por el roce y el agua durante cientos, tal vez miles, de años. Son objetos que me gusta recoger, mirar, acariciar y que, en ocasiones, llevo durante semanas en los bolsillos.
Pensé, que si los introducía en un cuadro, que si lo pintado pasaba a ser marco, esos objetos cobrarían una importancia que nos obligaría a reparar, con atención, en ellos. Era, también, una especie de guiño al maestro Duchamp y a sus rade-mades en cierta clave humorística. A la vez se establecía un juego semántico, un poc
o a la manera de los espejos velazqueños (ya saben lo de la imagen de fuera que entra en el cuadro estableciendo una especie de tridimensionalidad en la superficie plana). En fin, comeduras de coco de alguien que se dedica a esto de la imagen.
Al final, como me sucede siempre, todo este tinglado que podía parecer serio, incluso artístico se desbarató. Sucedió que pasé por una tienda de juguetes en Madrid, una de mis favoritas. Entré al ver una maravillosa colección de peonzas en el escaparate. Compré algunas y se me ocurrió pintar una serie de cuadritos de niños jugando con ellas, incluso me pinté yo, tan viejo, en uno. Y las cosas dejaron de ser serias y merecedoras de un cierto respeto.